«Si es Torrontés, es de Cafayate”. Pese a ser una frase anónima, esta cita resuena como un proverbio sagrado en Salta. Es que los dichos resaltan las verdades de cada pueblo y, en Cafayate, esta es una evidencia.
Las singulares características de Salta hacen de ella una tierra especial para la producción del vino y, más precisamente, del torrontés. Indiscutiblemente, junto con Mendoza, son las dos regiones vitivinícolas de Argentina por excelencia. Pero, ¿qué tiene esta provincia del norte para que su vino sea tan brillante y transparente, al punto de convertirse en uno de los varietales nacionales más reconocidos y premiados en el mundo?
Para empezar, Salta posee un clima muy agradable –subtropical serrano seco– que permite que, a 2.700 metros sobre el nivel del mar, haya bodegas. Es el caso, por ejemplo, de la más alta del mundo, Colomé, cuyo viñedo está situado a 3.111 msnm. ¿La explicación? A mayor altura, el clima se torna seco, y esto genera la amplitud térmica suficiente como para que las uvas maduren en forma equilibrada y concentren los aromas que tanto caracterizan a las vides de estas latitudes.
Es tal el crecimiento de la viticultura en Salta que esta provincia tiene su propia Ruta del Vino, que nada tiene que envidiar a las célebres rutas del Napa Valley en California o a la ruta del Chianti en la Toscana italiana. Son 200 kilómetros de historia, sabor, aroma y color que recorren las tradiciones y costumbres alrededor del arte del cultivo de la vid, en donde el malbec también tiene un lugar pero, sin dudas, el protagonista principal es el torrontés.
La historia de esta cepa en Salta se remonta a principios del siglo 20, con la introducción de la uva torrontés originaria de La Rioja que, a su vez, provenía de España. Al encontrarse con los suelos, el clima y la altura de Cafayate, se produjo esa mágica simbiosis que dio origen al vino salteño.
Agua, sol y huellas de la colonia
Pero la historia de Cafayate es muy anterior al vino: se originó en 1826, cuando Doña Josefa Antonia Frías de Aramburu, viuda del alcalde de Salta, donó un terreno de su propiedad para la fundación del pueblo.
Y si bien hay muchas teorías acerca de las raíces del nombre, la más difundida en la zona es la de los cafayates. Indica que la denominación provendría del idioma kakán, según el cual cafa-yaco significa “cajón de agua”, ya que es la parte baja del valle y la zona en la que desemboca el agua.
Hasta hoy, su origen sigue siendo motivo de controversias; no así su relevancia turística en la región. Cafayate es la ciudad más importante dentro del circuito turístico de los Valles Calchaquíes.
Denominada “la tierra del sol”, está a 20 kilómetros de la Quebrada de las Conchas, conocida por las famosas geoformas del Anfiteatro, el Fraile, el Sapo, las Ventanas, los Castillos. Quienes tienen la fortuna de adentrarse allí se sienten transportados a otro mundo y a otra era, ya que las formas y el colorido lo dejan boquiabierto. La quebrada era parte del mar hace 15 millones de años y allí se encuentran restos fósiles de peces de aquella época. Además, el camino del Inca serpenteaba también por este lugar.
Como ciudad colonial, Cafayate aún conserva su arquitectura, sus calles y su iglesia del siglo XVIII. En el centro se destaca el Museo de la Vid y el Vino, un espacio interactivo pleno de estímulos visuales y sonoros que contribuye al crecimiento cultural de los visitantes, especialmente jóvenes. Y cerca del pueblo comienzan a aparecer los hoteles, las estancias y los viñedos.
Fuente: Voy de viaje